La Laguna de Gallocanta, ahí donde Aragón se despereza entre los sueños de naturaleza y aves migratorias, es un sitio que no te deja indiferente. Este es mi pequeño intento de contaros, con palabras más cercanas y menos encorsetadas, lo que este lugar significa para alguien como yo, alguien que le flipan las aves y que ha pasado más horas con los prismáticos pegados a la cara que sin ellos.
Mi primera vez en Gallocanta fue casi de casualidad. Me habían hablado de este sitio como un punto caliente para ver aves, especialmente grullas, pero nada me preparó para lo que encontré. Imagina por un momento que estás ahí, el sol empezando a despedirse, tiñendo el cielo de colores imposibles, y de repente... ¡bam! Miles de grullas, como sacadas de un cuadro moviéndose al unísono, empiezan a llenar el cielo. Es un espectáculo que te pone los pelos de punta.